DESCENSO A LOS INFIERNOS DE LA PERVERSIÓN
Shame, de Steve McQueen, es la segunda colaboración de este director con el actor Michael Fassbender, una película dura, de difícil visionado y no apta para todo tipo de público. El cada vez más solicitado actor (Jane Eyre, Un método peligroso o la próxima Haywire, de Steven Soderbergh) se alzó con la Copa Volpi por esta interpretación en el pasado festival de Venezia.
La película se estructura en dos partes claramente diferenciadas. En la primera parte, conocemos a Brandon, su obsesión enfermiza por todo lo que tenga que ver con el sexo -tanto virtual como real-. Una obsesión que le ciega y que le atormenta por partes iguales. Así como su relación, o mejor dicho, la falta de comunicación y de buena sintonía, con su hermana Sissy (Carey Mulligan), una joven vulnerable e indefensa, con una gran necesidad de afecto y reconocimiento.
En la segunda, el personaje, lejos de redimirse y huyendo del compromiso y de la implicación emocional que supondría una relación con una compañera de trabajo, da rienda suelta a sus más bajos instintos carnales, como un animal sediento, que desciende a los infiernos de la depravación. Cabe decir que en esta parte, la película abandona la contención formal de la primera y se desboca en escenas muy explícitas que le han valido a la cinta, nada más ni nada menos que la calificación R en Estados Unidos.
Este ser, desprovisto de toda implicación emocional, no es capaz de amar ni de dejar que le amen, ni siquera a quien es de su propia sangre y se condena a vagar eternamente en un sinfín de escarceos sexuales y degradación moral.
Por ello mismo, se nos hace complicado recomendar una película de este calibre, puesto que el vacío emocional que siente el protagonista nos deja helados y con el corazón encogido. Sólo el personaje de Carey Mulligan despierta en el espectador un poquito de compasión ante la indiferencia que siente Brandon ante los seres humanos.
SONIA BARROSO.-
Pie de foto: Sissy y Brandon, dos hermanos condenados a no entenderse.
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