SI NO HAY SANGRE, NO HAY CULPA
Después del giro hacia la comedia con Buscando a Eric, Ken Loach vuelve a sus orígenes y nos presenta una brillante muestra de cine combativo, políticamente comprometido y que invita a una rabiosa reflexión: Route Irish.
La trama comienza en un funeral en el que Fergus (un energético Mark Wormacks) ha perdido a su mejor amigo, confidente y "hermano del alma", Frankie en un terrible accidente en Irak. Pero, no contento con la versión oficial de los hechos, que dicen que su amigo se encontraba en el lugar y el momento equivocado, decide investigar por su cuenta para averiguar qué ocurrió una fatídica mañana del mes de septiembre en la carretera más peligrosa del mundo: Route Irish, que une el aeropuerto de Bagdad con la Zona Verde de la ciudad. Todo ello, con la complicidad de la mujer de Frankie, Rachel (Andrea Lowe, de frágil fortaleza). Entre ambos surgirá una estrecha relación, basada en el dolor por la pérdida de la persona a quien ambos más amaban y la necesidad de sacar fuerzas de flaqueza para descubrir la verdad.
El relato es apasionante y no deja un minuto de tregua al espectador, a través de flashbacks vamos conociendo qué ocurrió en Irak y la información que Paul Laverty (guionista habitual de Loach) nos proporciona está muy bien dosificada. En ningún momento decae el interés por la historia ni por sus personajes, sinó que el espectador se implica emocionalmente con su periplo vital en su búsqueda por esclarecer qué ocurrió realmente.
En esta difícil y peligrosa investigación se arroja luz sobre los perversos mecanismos que ejecutan aquellas empresas privadas que, a través de los Estados, hacen de la guerra -primero, limpieza y luego reconstrucción del país- su principal negocio. Además, la historia se pone a favor de las víctimas, el pueblo oprimido, los niños y las familias irakíes muertos sin tener ninguna culpa. Con la cruda sentencia. "si no hay sangre no hay culpa", Loach nos desvela que las guerras todo está permitido y los criminales campan a sus anchas sin ser juzgados, impunemente.
En un amargo final en el que, en el fondo, se hace un poco de justicia, Loach nos deja rabiosos y reflexivos ante tanta injusticia y tantos negocios sucios hechos con la sangre derramada de los que tiene menos culpa. Una película absolutamente necesaria, de visionado obligatorio.
SONIA BARROSO.-
Pie de foto: Fergus y Rachel, unidos en su búsqueda de la verdad.
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