UN INDIVIDUO INDEFENSO FRENTE A UN INEVITABLE DESTINO
El cine rumano ha dado buenas historias en los últimos años. Un buen ejemplo de ello es Cuatro meses, tres semanas y dos días, de Christian Mungiu, multipremiada en el festival de Cannes. Una tragedia íntima cuyo tema principal eran los abortos clandestinos. Cuatro años después, Florin Serban dirige Si quiero silbar, silbo, una película que, partiendo de un drama personal denuncia toda la institución familiar y penitenciaria.
Primero de todo, cuatro apuntes sobre su argumento, Silviu (George Pistereanu) es un chico rumano que está recluido en un centro de menores. Cuando le falta poco para salir definitivamente, recibe la visita de su hermano, quien le cuenta que su madre se le quiere llevar a Italia. Silviu hará todo lo imposible para que esto no ocurra y recurrirá a medidas desesperadas, incluso tomando como rehén a a una voluntaria del centro, Ana (Ada Condeescu), una joven por la que se siente atraído.
El director parte de la historia personal de Silviu para que comprendamos que el entorno familiar condiciona al individuo, así como las ciucunstancias personales adversas que le tocan vivir. La película es una muestra de cine de denuncia efectivo y sin efectismos donde la familia, las penitenciarias de menores y la justicia no salen demasiado bien parados, sinó que, bajo el microcosmos que envuelve a Silviu, se ponen en tela de juicio y se denuncian tanto el abandono familiar como el aislamiento social de un individuo al que la vida parece darle la espalda y no quererle conceder una segunda oportunidad.
Aspera y amarga, la película podría encontrar un poco de luminosidad en el insólito conato de historia de amor entre los protagonistas, aunque el destino prefijado caiga inevitablemente como una losa.
SONIA BARROSO.-
Pie de foto: Silviu y Ana, ¿amor en tiempos difíciles?
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