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EL HOMBRE QUE SUSURRABA LAS ABEJAS

Con el precedente del galardón obtenido en la pasada Berlinale, se presentó Bal, de Semih Kaplanogu, en Zabaltegi. Esta película turca tiene como mayor virtud lo que paradoxalmente es también su mayor defecto: su plácido y contemplativo retrato del devenir cotidiano de una familia sencilla. El padre es apicultor y la madre se encarga de las tareas de la casa y de la huerta, todo ello enmarcado en la Turquía rural. Esta familia se verá salpicada por la tragedia que le acontece a uno de sus miembros. 

Sencilla y hermosa, como es la mirada del niño protagonista, esta delicada película no necesita apenas diálogos ni ritmo para expresar lo que quiere explicar. Y lo consigue, aunque eso sí, poniendo a prueba la paciencia del espectador más acostumbrado a otro tipo de tempo narrativo. Además, el niño es una delicia, nos recordó a aquella Baktay de Buda explotó por vergüenza, de Hana Makmalbaf, que tanto nos encandiló también con sus ansias de aprendizaje.

SONIA BARROSO.-

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